sábado, 31 de octubre de 2009

Corazón de Ulises


A Carlos y Santi, con amistad

Así se titula el recomendable libro de Javier Reverte, un viaje griego del presente con la continua mirada sobre el pasado. Es un viaje literario, que como dice su autor, recorre el camino tres veces: al idearlo, al pisarlo y al escribir de regreso. La dedicatoria es de Henry Miller, otro viajero de las profundidades del alma humana: "Si los hombres dejan de creer que un día se convertirán en dioses, entonces con toda seguridad no pasarán de ser gusanos". Nombra en multitud de ocasionas otro viaje igualmente complejo y rico en la galería de tipos humanos, El cuarteto de Alejandría (Justine, Balthazar, Mountolive) de Lawrence Durrell:
"Señor del árbol sacudido
de la extremidad del hombre,
¡conserva nuestras pequeñas hojas firmes,
sobre ramas libres de mal,
porque somos tus hijitos!

Que al mismo tiempo no puede dejar de evocarnos al gran filósofo Isaiah Berlin, en El fuste torcido de la humanidad, resumen moral y político sobre la comprensión de nosotros mismos como agentes de la civilización moderna, cuyo título proviene de una frase de Kant: "Con un leño tan torcido como aquel del cual ha sido hecho el ser humano nada puede forjarse que sea del todo recto"; con lo que la mirada serena del pensador pasa revista al conjunto de errores que han enturbiado la puesta en marcha de los ideales racionalistas a los que no es posible ni deseable renunciar.
Pero volvamos a Reverte, que cual Ulises contemporáneo camina el presente con la mirada puesta en el pasado, y nos hace pensar:
"Miras y piensas que pudo ser aquella aventura griega...
Y te dices: ¿dónde la mesura?
Pues todo fue exageración, todo fue exceso. Y sabes que eso es lo que nos enamora de Grecia: su empeño en una búsqueda del equilibrio imposible. Porque tal vez la mesura, la ley, la razón, la belleza absoluta y la armonía ideal sólo se alcanza si uno exagera, si se vulneran los dictados de Dios y de la Naturaleza en nombre de la Libertad.
Conócete a ti mismo, sí, pero rompiendo la medida que te han impuesto y en busca de la tuya propia. Eso, imagino, sólo puede hacerse exagerando, caminando la senda del exceso, por el sendero de la pasión que nos hace libres. Ahí reside, creo, la valiente y humana contradicción del hombre griego".
[Javier Reverte, Corazón de Ulises, Madrid, Aguilar, 1999, pág. 383; Lawrence Durrell, Mountolive, Barcelona, Edhasa, 1986, pág. 336; Isaiah Berlin, El fuste torcido de la humanidad, Barcelona, Península, 1992, pág. 14].

domingo, 25 de octubre de 2009

Homero, creador de Penélope

El mito de Penélope es el de la fidelidad femenina. Esposa de Ulises, rey de Ítaca y madre de Telémaco, resistió largo tiempo el acoso de sus pretendientes, manteniéndose fiel a su marido, que había ido a la guerra de Troya (Ilíada), y pasó diez años tratando de regresar a su casa, Ítaca (Odisea). Prometió Penélope que elegiría marido entre ellos el día que terminase de tejer un sudario para su suegro, Laertes. Se pasaba el día tejiendo y la noche la dedicaba a destejer lo urdido, durante tres años se entretuvo hasta que una criada la traicionó. A su regreso Ulises dió muerte a los pretendientes, que no querían a Penélope sino por lo que representaba, el reino de Ítaca. Destacamos la paciencia y prudencia de Penélope, y su habilidad para manejar a aquellos ansiosos de riquezas que devastaban su hacienda. Homero hace un retrato de ella en todo momento digna y majestuosa. Así cuenta Homero el engaño:
"Jóvenes pretendientes míos, puesto que ha muerto el divino Odiseo, aguardad, aunque deseéis mi boda, hasta que acabe este manto -no sea que se me pierdan los hilos-, este sudario para el héroe de Laertes, para cuando le arrebate la luctuosa Moira de la muerte de largos lamentos, no sea que alguna de las aqueas en el pueblo se irrite conmigo si yace sin sudario el que poseyó mucho. Así habló y enseguida se convenció nuestro noble ánimo. Conque allí hilaba su gran telar durante el día y por la noche lo destejía, tras colocar antorchas a su lado. Así que su engaño pasó inadvertido durante tres años y convenció a los aqueos, pero cuando llegó el cuarto año y trascurrieron las estaciones, sucediéndose los meses, y se cumplieron muchos días, nos lo dijo una de las mujeres -ella lo sabía bien- y sorprendimos a ésta destejiendo su brillante tela".
[Homero, Odisea, Madrid, Cátedra, 2000, pág. 386].