viernes, 11 de diciembre de 2009

LA ODISEA DE LA VIDA

Así imagina Gustave Doré el Edén, en donde Adán y Eva viven en armoniosa y amorosa condescendencia, y así lo explica Milton en El Paraíso Perdido:
"Dos se destacan por su noble forma,
Altas y erguidas cual si fueran dioses,
Vestidas con el natural honor
De su desnuda majestad, parecen
Los señores de todo, y dignos de ello
Se mostraban, pues en su faz divina
Resplandecía la gloriosa imagen
De su creador, verdad, sabiduría,
Santidad severa y pura, severa
Pero asentada en la verdadera
Libertad filial, de donde nace
La libertad auténtica del hombre..."
Al final de El Paraíso Perdido, Adán y Eva se han arrepentido de sus pecados y les han sido concebidos "muchos días" de vida mortal; pero no en el Paraíso. Entonces es cuando el arcángel San Miguel conduce a Adán a la cima de un monte y le muestra el futuro, incluida la venida de Cristo y su redención del pecado de Adán. Éste siente a un tiempo "gozo y asombro" ante un cambio que no comprende:
"¡Oh infinita bondad, bondad inmensa!
Que hará todo este bien surgir del mal,
Y el mal volverse bien; más asombroso
Que aquél que al principio de la creación
Trajo la luz de las demás tinieblas..."
Para Roger Shattuck el universo de Adán ha quedado totalmente transformado, sus versos representan la expresión literaria más conocida de la Caída Venturosa, una contradicción o inversión de la interpretación que había sido gradualmente adoptada como doctrina cristiana en la Edad Media. Para nosotros representa ese conocimiento ambiguo que simboliza todo lo humano, lo paradójico que asimilamos con dificultad, una contradicción afirmada.
[John Milton, El Paraíso Perdido, Madrid, Cátedra, 1986, págs. 191 y 501; Roger Shattuck, Conocimiento Prohibido, Madrid, Taurus, 1998, págs. 399-400].

miércoles, 9 de diciembre de 2009

ULISES Y CIRCE

La diosa y hechicera Circe, hija de Helios y Perseis, la que transformaba a sus enemigos en animales, como así hizo convirtiendo en puercos a la mitad de la tripulación de Ulises, y que dedicaba el tiempo en trabajar en un gran telar, se enamora del héroe homérico y dicen que tuvieron tres hijos, como así nos cuenta Hesíodo al final de su Teogonía: Agrio, Latino y Telégono; mientras Dionisio de Halicarnaso cita a Xenágoras el historiador que afirmaba que los tres hijos de Odiseo y Circe se llamaban Romo, Antias y Árdeas, epónimos de Roma, Anzio y Ardea respectivamente.
Cuando Odiseo, es decir Ulises, despierta de su dulce amancebamiento con la diosa y piensa en seguir el viaje hacia casa, ésta le dice:
"Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides, no permanezcáis más tiempo en mi palacio contra vuestra voluntad. Pero antes tienes que llevar a cabo otro viaje; tienes que llegarte a la mansión de Hades y la terrible Perséfone para pedir oráculo al alma del tebano Tiresias, el adivino ciego, cuya mente todavía está inalterada. Pues sólo a éste, incluso muerto, ha concedido Perséfone tener conciencia; que los demás revolotean como sombras.
Así dijo, y a mí se me quebró el corazón. Rompí a llorar sobre el lecho, y mi corazón ya no quería vivir ni volver a contemplar la luz del sol".
[Homero, Odisea, Madrid, Cátedra, 11ª ed., 2000, pág. 198].

lunes, 7 de diciembre de 2009

Hombres-dioses

Para Patrick Harpur ha habido tiranos monstruosos en sociedades no-cristianas, y propone que todos ellos son producto de ese monoteísmo cuya inversión conduce a la monomanía. Incluso en culturas politeístas, como la antigua Roma, los Hombres-dioses (Calígula, Nerón) seleccionaron a un solo dios del panteón (Zeus, Apolo) con el que identificarse.
Recuerdo la visión de Calígula de Albert Camus, y sobre todo, la sensación de vacío, de pura nada, de soledad en la que lo describe, en un rapto de locura frente a su imagen reflejada en un espejo:
"¡Calígula! Tú también, también tú eres culpable. ¡Entonces, ¿no es verdad?, un poco más, un poco menos! ¿Pero quién se atrevería a condenarme en este mundo sin juez, donde nadie es inocente? (Con acento de angustia, apretándose contra el espejo). Ya lo ves, Helicón no ha venido. No tendré la luna. Pero qué amargo es tener razón y deber llevarla a su consumación. Porque me da miedo la consumación. ¡Ruido de armas! Es la inocencia, que prepara su triunfo. ¿Por qué no estaré en su lugar! Tengo miedo. Qué asco, después de haber despreciado a los demás, sentir la misma cobardía en el alma. Pero no importa. Tampoco el miedo dura. Voy al encuentro de ese gran vacío dónde el corazón se sosiega. (Retrocede un poco, vuelve hacia el espejo. Parece más tranquilo. Reanuda el discurso, pero en voz más baja y concentrada). ¡Todo parece tan complicado! Sin embargo, ¡todo es tan sencillo! Si yo hubiera conseguido la luna, si bastara el amor, todo habría cambiado. ¿Pero dónde saciar esta sed? ¿Qué corazón, qué dios tendrían para mí la profundidad de un lago? (De rodillas y llorando). Nada hay, en este mundo ni en el otro, hecho a mi medida. Sin embargo sé, y tú también lo sabes (tiende las manos hacia el espejo llorando), que bastaría que lo imposible exista. ¡Lo imposible! Lo he buscado en los límites del mundo, en los confines de mí mismo, he tendido mis manos (gritando), tiendo mis manos y eres tú lo que encuentro, siempre tú frente a mí, y estoy lleno de odio hacia ti. No he tomado el camino verdadero, no llego a nada. Mi libertad no es la buena. ¡Helicón! ¡Helicón! ¡Nada! Nada todavía. ¡Ah, cómo pesa esta noche! Helicón no vendrá; ¡seremos culpables para siempre! Esta noche pesa tanto como el dolor humano".
[Patrick Harpur, El fuego secreto de los filósofos, Girona, Atalanta, 2006, págs. 405-406; Albert Camus, Calígula, Madrid, Alianza Editorial, 1994, pág. 111].