sábado, 23 de enero de 2010

Ítaca de Kavafis, o el poema que ayuda a comprender el viaje



ÍTACA
Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de pericias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestriones ni a los cíclopes
ni la cólera del airado Poseidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestriones y los cíclopes
y el feroz Poseidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detener en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisa tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.

Konstantino Kavafis en este poema nos enseña que cuando el suelo de la Historia falta bajo los pies del héroe, sólo existe el acto de asumir el propio destino, un acto de valor puro, cuando el hombre adquiere la categoría absoluta de lo humano, haciéndose digno no ya de lo que gana; si no de lo que ha deseado ganar y pierde para siempre. Para Kavafis la única victoria es la capacidad de asumir, un acto de suprema libertad, el propio destino; y que lo importante es el camino y no la llegada, aún cuando comprobamos que el ideal perseguido no existe, o se aleja definitivamente de nosotros. [Véase, Konstantino Kavafis, Veinticinco poemas, Versión de Elena Vidal y José Ángel Valente, Málaga, Caffarena & León, 1964, págs. 26-27; Konstantino Kavafis, 65 poemas recuperados, Madrid, Hiperión, 1983, 4ª ed.,].

jueves, 21 de enero de 2010

martes, 19 de enero de 2010

BELEROFONTE

Belerofonte, hijo de Glauco y nieto de Sísifo, abandonó Corinto caído en desgracia por haber dado muerte a un tal Belero y luego a su propio hermano. Buscó refugio suplicando a Preto, rey de Tirinto, pero quiso la mala fortuna que Antea, la mujer de Preto, se enamorase perdidamente de él. Al ver que Belerofonte rechazaba sus requerimientos de amor, ella lo acusó de haber intentado seducirla, y Preto la creyó. Pero no se atrevía a arriesgarse a la venganza de las Furias asesinando a un suplicante, y por ese motivo le envió a casa de Yóbanes, el padre de Antea, rey de Licia, con una carta sellada que decía: "Te ruego hagas desaparecer de este mundo al portador de esta carta; ha intentado violar a mi esposa, tu hija". Yóbanes que era reacio a matar a un invitado real, le invitó a que destruyera a Quimera, un monstruo que echaba fuego por la boca, y que tenía cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente. Antes de llevar a cabo el plan, Belerofonte consultó con el adivino Poliido, quien le aconsejó que primero atrapara y domara el caballo alado Pegaso. Belerofonte encontró bebiendo a Pegaso en Pirene, en la acrópolis de Corinto, y le echó a la cabeza una brida de oro que oportunamente le había regalado Atenea. Entonces Belerofonte venció a la Quimera; volando por encima del monstruo sobre Pegaso lo llenó de flechas y luego metió entre sus mandíbulas un pedazo de plomo colocado en la punta de su lanza. El aliento llameante de la Quimera derritió el plomo, provocando que bajara goteando por su garganta y le quemara sus órganos vitales.
Pero Yóbanes, lejos de premiar a Belerofonte, le envió a luchar contra los guerreros sólimos y sus aliados, las amazonas; los conquistó a ambos, dejando caer sobre sus cabezas grandes rocas. Pero viendo la ingratitud de Yóbanes, que envió a los guardas de palacio a tenderle una emboscada a su regreso. Belerofonte rezó para que mientras el fuera avanzando a pie, Poseidón inundara la llanura de Janto a sus espaldas. Poseidón oyó sus plegarias y envió unas grandes olas que poco a poco corrían hacia delante, y como ningún hombre lograba persuadirle de que se retirara, las mujeres jantias se levantaron las faldas hasta la cintura y corrieron hacia él. El recato de Belerofonte fue tal que se dio media vuelta y echó a correr; y las olas retocedieron con él.
Yóbanes sacó la carta de Preto y pidió informes sobre lo que había pasado, cuando supo la verdad, rogó a Belerofonte que le perdonara, le concedió la mano de su hija Filónoe, y le nombró heredero del trono de Licia.
Cuando estaba en la cumbre de la fortuna, Belerofonte tuvo la insolencia de subir volando al Olimpo, como si fuera un inmortal; pero Zeus envió un tábano a picar a Pegaso por debajo de la cola, haciéndole encabritarse y arrojar a su jinete deshonrosamente a tierra. Belerofonte, que había caído en un matorral de espinos, erró por la tierra, cojo, ciego, solitario y maldito, eludiendo siempre el camino de los hombres, hasta que la muerte se lo llevó.
[Robert Graves, Los mitos griegos, págs. 87-88].