sábado, 20 de febrero de 2010

OSWALD SPENGLER Y LA ILÍADA

Para Spengler es difícil vislumbrar una gran religión preantigua debido a los cantares homéricos, que para él impiden más que favorecen el conocimiento. Spengler tiene claro que el nuevo ideal, reservado a esta única cultura lo formaba el cuerpo de forma humana a la luz del sol, el héroe como intermediario entre el hombre y Dios, ésto lo testimonia la Ilíada, y señala: "Ya transfigurado en lo apolíneo, ya esparcido con sentido dionisiaco por todos los aires, era ésa, en todo caso, la forma fundamental de la realidad. El cuerpo, el soma como ideal de extensión, el cosmos como suma de esos cuerpos particulares, el ser, el uno como lo extenso en sí, el logos como orden luminoso- todo esto apareció, sin duda, en grandes rasgos ante la vista de los espíritus sacerdotales y apareció con la intensidad de una nueva religión".
Opina que toda la poesía homérica es pura poesía de clase, de dos mundos que conforman el mundo de la nobleza y el mundo del sacerdocio, el mundo del tabú y el mundo del tótem, el mundo del héroe y el mundo del santo, pero Homero sólo conoce uno, despreciando el otro, y dice: "Si las epopeyas homéricas no han desaparecido, como las leyendas heroicas recogidas por Carlomagno, se debe, simplemente a que no existía en la Antigüedad una clase sacerdotal estructurada, y la espiritualidad de las ciudades fue dominada por una literatura caballeresca y no religiosa. Las doctrinas primitivas de esta religión antigua- que por contradicción de Homero se adhieren al nombre de Orfeo, quizá más viejo-, no han sido nunca fijadas por la escritura".
Lo que queda claro es que no han llegado hasta nosotros grandes personalidades que redujeran la nueva visión cósmica a una forma mítico-metafísica, y se pregunta si la guerra de Troya fue una expedición militar o una cruzada. Su segunda preocupación es que la gran religión de la época primaria pertenece a una clase superior, y el pueblo ni la alcanza ni la entiende, y sigue: "Pero Esquilo y Píndaro se hallaban en el flujo de una gran tradición sacerdotal. Antes de ellos, los Pitagorinos pusieron en el centro de su doctrina el culto a Demeter, delatando así cuál era el núcleo de aquella mitología. Y antes aún, los misterios de Eleusis y la reforma órfica del siglo VII, y, finalmente, los fragmentos de Ferécides y Epimenides, que son los últimos -no los primeros- dogmáticos de una viejísima teología". Y su tercera afirmación es la no existencia de una contraposición entre la religión romana y la griega, sólo entonces, si prescindimos de los cantos heróicos, podemos vislumbrar algo de esa religión antigua. No se puede para Spengler afirmar que la religión romana a diferencia de la de las ciudades-Estados de Grecia, no conoció el mito, y en consecuencia nada sabríamos de las grandes leyendas divinas en la primera época si hubiéramos de atenernos a los calendarios de festividades y a los cultos públicos de las ciudades griegas; con o que afirma que si la ciencia actual nos da dos imágenes diferentes de la religión griega y de la romana, es debido al método empleado para sus estudios, y no a hechos.
[Oswald Spengler, La decadencia de Occidente, Madrid, Espasa-Calpe, 1993, 2 Vols. Vol. II, págs. 325-344].

domingo, 14 de febrero de 2010

JASÓN Y MEDEA

Jasón una vez que llegó a la capital de la Cólquide, se presentó ante el rey Eetes y, transmitiéndole los deseos de Pelias, le pidió el Vellocino. Eetes prometió entregárselo si lograba uncir dos toros salvajes, regalo de Hefesto, que destacaban por su tamaño, tenían pezuñas de bronce y exhalaban fuego por sus bocas. Una vez uncidos, sembraría los dientes de dragón. Cuando se planteaba llevar a término la hazaña apareció Medea, maga e hija de Eetes que se había enamorado de él al verlo. Obtuvo del héroe promesa de matrimonio y, a cambio, multiplicó avisos, predicciones, conjuros, y unguentos. Gracias a ello Jasón pudo uncir los toros sin riesgo alguno. Después, cuando al sembrar los dientes nacieron los hombres armados, los guerreros, no le pilló por sorpresa, lanzándoles piedras vió como se mataban entre sí, facilitándole la labor de exterminarlos. Pese a que el héroe había superado la prueba Eetes se negó a cumplir lo que había prometido, e incluso planteó quemar la nave Argo. Pero Medea se adelantó y condujo a Jasón hasta el boscoso santuario donde se encontraba el Vellocino, pero tenían que adormecer con hierbas a la horrible serpiente con su cresta, sus tres lenguas y sus nuevos colmillos que guardaba el árbol del oro. Cuando Medea le regó con unas hierbas de jugo somnífero y pronunció tres veces unos conjuros, la serpiente se durmió y Jasón se apoderó del oro y, ufano con su botín, llevó consigo su segundo triunfo, la mujer que le había hecho el regalo, también fue con ellos Apsirto, hermano de Medea, y así zarparon de noche los Argonautas. Pero el retorno a Grecia fue desmesurado en todos los sentidos, Medea mató a su hermano para romper del todo con su pasado, y la nave Argo realizó una travesía inverosímil: remontó el Danubio, bajó al mar Adriático, remontó el Erídano, descendió por el Ródano hasta su desembocadura; bordeó la costa itálica, deteniéndose para que Jasón y Medea fueran purificados por la maga Circe; atravesaron el peligroso estrecho de Mesina; se refugió en la isla de los Feacios; se introdujo en las arenas de Libia; costeó Creta, donde tuvo que enfrentarse a Talos, un inmenso autómata de metal, y llegó finalmente al puerto de Yolco.
Desde su llegada Jasón se ve enfrentado a los problemas de su hogar, desea devolver la juventud a su padre Esón, que con la ayuda de Medea, que con sus conjuros nocturnos, viaja en un carro tirado por serpientes a buscar hierbas mágicas, y rejuvenece con su poción al anciano. También aplicó el método de rejuvenecimiento al mismo Jasón, y considera la hora de tomar venganza de Pelias, en nombre de su marido. Persuade a las hijas de Pelias para que descuarticen a su padre le cuezan y Medea le rejuvenecerá, y, para que confíen convierte en un cordero a un carnero previamente troceado y cocido. Troceado por sus hijas, Pelias muere sin remisión, y aprovechando la presencia de héroes en Yolcos, sus exequias se celebran con todo tipo de juegos atléticos: los famosos juegos de Pelias. Mientras Jasón no quiere hacerse con el trono de la ciudad y se lo cede a Ascasto, el hijo de Pelias que le había seguido en su expedición; después se dirige con Medea a Conrintio, ambos vivirán allí diez años felices, y el trágico fin de sus amores. En un momento dado el rey de Corinto, Creonte, prometió a Jasón darle en matrimonio a su hija Glauce; y éste la desposó repudiando a Medea. La maga, invocó a los dioses que recibieron en su día la promesa de Jasón, y envió a la novia un peplo impregnado de veneno. Cuando se lo puso, fue abrasada por un violento fuego junto a su padre que fue a socorrerla. Medea mató a Mérmelo y a Feres, los hijos que había tenido con Jasón, y recibió en ese instante un carro tirado por serpientes aladas que le envio Helio (Sol) y montada en él huyó a Atenas.
[Miguel Ángel Elvira Barba, Arte y Mito. Manual de Iconografía Clásica, Madrid, Silex, 2008, págs. 428-431].