martes, 6 de diciembre de 2011

Zoilo: el filósofo envidioso.




Al estudiar la Edad Ateniense pasamos muy de prisa sobre cierto sujeto con quien nos reconocemos en deuda. Hoy se considera que Zoilo el filósofo y Zoilo el retor son una misma persona y a esta persona se la sitúa en el siglo IV. Este envidioso universal se delata como cínico por su mente, por su apariencia y su indumento. Helo, con su ridicula capa, su alforja, su bastón de peregrino, su pelo al rape y sus barbas crecidas, husmeando murmuraciones y coleccionando miserias. El muy descarado se enfrenta con las figuras más venerabies, creyendo así engrandecerse. Atacaba lo mismo a Platón que a Sócrates, y a cuantos rebasaban la mediocridad, su diosa verdadera. Escribió hasta nueve libros contra Homero, libros de que sólo quedan regüeldos, que no trozos. Se creía el matador de Homero porque le contaba los lunares. Sus reparos no sólo son extraliterarios, sino mezquinos. Las más veces, afectan a la invención del poema, y el alejandrino Atenodoro, buen estoque, dio cuenta con ellos, aunque de antemano los tenía refutados la noción misma de la poesía. Otras veces, los reparos afectan a la gramática, y los deshizo todos el alejandrino Aristarco, que entendía en estos trances. Que los compañeros de Odiseo, dice Zoilo, no podían llorar después de ser transformados por Circe en puercos; que Ideo no debió abandonar su carro a la hora de escapar ¿A qué recoger sus boberías? Zoilo es uno de tantos despechados de nacimiento que abundan en la literatura, por supuesto de escaleras abajo. Abuelo de Celui qui ne comprend pas, deja numerosa descendencia. Es el precursor del "valbuenismo" y de otros amargados. Los cadáveres que amontonan por ahí estos matones gozan de buena salud. Homero parece que lo hubiera previsto y de antemano sentenciado en aquella repugnante figura de Tersites, capaz de impacientar al mismo Odiseo con su fealdad física y moral. Hoy se han perdido ciertas viejas prácticas: se asegura que los atenienses, hartos de Zoilo, lo precipitamos un día desde la roca de Escirón, camino de Megara. Si no fue verdad, merecía serlo. [Véase Alfonso Reyes, La filosofía helenística].

martes, 1 de noviembre de 2011

Grecia y Max Horkheimer





Para el pensador frakfurtiano Max Horkheimer, en un amplio sentido todavía está por escribirse la historia del individuo, incluso en la antigua Grecia, que no sólo produjo la noción de individualidad sino también los modelos para la cultura occidental. Dice Horkheimer:
"El modelo del individuo en ascenso es el héroe griego. Valeroso y confiado en sí mismo, triunfa en la lucha por la supervivencia y se emancipa así tanto de la tradición como de su tribu. Para los historiadores como Jacob Burckhardt, un héroe semejante es la encarnación de un egoísmo desenfrenado e ingenuo. Sin embargo, ese yo sin restricciones, mientras irradia el espíritu de dominio y agudiza el antagonismo entre el individuo y la comunidad y sus costumbres, permanece a oscuras en cuanto a la naturaleza del conflicto entre su yo y el mundo y, por consiguiente, cae víctima de todas las intrigas posibles. Sus acciones, terribles, no surgen de rasgos como la maldad o la crueldad, sino del deseo de vengar un crimen o de conjurar una maldición. La noción de heroísmo es inseparable a la de sacrificio. El héroe trágico tiene su origen en el conflicto entre la tribu y sus miembros, conflicto en el cual siempre cae vencido el individuo. Puede decirse que la vida del héroe no es tanto una manifestación de la individualidad como preámbulo a su nacimiento, que se logra mediante las bodas de la de la autoconservación con el autosacrificio. El único de los héroes homéricos en cuyo caso nos llama la atención su individualidad y fuerza para tomar decisiones propias es Ulises, héroe demasiado astuto para parecer realmente heroico".
[Max Horkheimer, Crítica de la razón instrumental,  Buenos Aires, Sur, 2º ed., 1973, pág. 140].   

martes, 20 de septiembre de 2011

Alejandro Magno y los Dioses





"Yo creo que tal vez exista un dios, tal vez el dios desconocido de los altares atenienses, que domina, dirige y une a todos los otros dioses. Un dios, tal vez el espíritu sagrado de los persas, que no se comporta como un ladrón y asesino de los montes ilirios. Un dios que es calor, saber, amor y justicia. Pero... lo que importa es el ejército. Los hombres. Ellos no son nada sin un estratega, y yo no soy nadie sin ellos. Ellos creen en Zeus, el cabecilla de la banda, y en todos los otros. No digo que esté convencido de que todo eso son tonterías. Tal vez haya algo de verdad. Tal vez la reunión de todos esos ladrones y violadores de madres constituya ese único dios que busco. Por eso no sólo quiero guardar las apariencias; tú y yo respetaremos las costumbres y ofreceremos sacrificios para pedir consejo y guía y consultar los oráculos. El ejército tiene que ver que creemos. O, como mínimo, que actuamos como si creyéramos".
[Gisbert Haefs, Alejandro Magno I, El unificador de Grecia. La Hélade, Madrid, Edhasa, 2005, págs. 282-283].

miércoles, 24 de agosto de 2011

El último viaje de Ulises. Borges.


Mi propósito es reconsiderar, a la luz de otros pasajes de la Comedia, el enigmático relato que Dante pone en boca de Ulises (Infierno, XXVI, 90, 142). En el ruinoso fondo de aquel círculo que sirve para castigo de los falsarios, Ulises y Diomedes arden sin fin, en una misma llama bicorne. Instado por Virgilio a referir de qué modo halló la muerte, Ulises narra que después de separarse de Circe, que lo retuvo más de un año en Gaeta, ni la dulzura del hijo, ni la piedad que le inspiraba Laertes, ni el amor de Penélope, vencieron en su pecho el ardor de conocer el mundo y los defectos y virtudes humanos. Con la última nave y con los pocos fieles que aún le quedaban, se lanzó al mar abierto; ya viejos, arribaron a la garganta donde Hércules fijó sus columnas. En ese término que un dios marcó a la ambición o al arrojo, instó a sus camaradas a conocer, ya que tan poco les restaba de vida, el mundo sin gente, los no usados mares antípodas. Les recordó su origen, les recordó que no habían nacido para vivir como los brutos, sino para buscar la virtud y el conocimiento. Navegaron al ocaso y después al Sur, y vieron todas las estrellas que abarca el hemisferio austral. Cinco meses hendieron el océano, y un día divisaron una montaña, parda, en el horizonte. Les pareció más alta que ninguna otra, y se regocijaron sus ánimos. Esa alegría no tardó en trocarse en dolor, porque se levantó una tormenta que hizo girar tres veces la nave, y a la cuarta la hundió, como plugo a Otro, y se cerró sobre ellos el mar.
Tal es el relato de Ulises. Muchos comentadores ‑desde el Anónimo Florentino a Raffaele Andreoli‑ lo estiman una digresión del autor. Juzgan que Ulises y Diomedes, falsarios, padecen en el foso de los falsarios («e dentro dalla lor fiamma si geme / l'agguato del caval... ») y que el viaje de aquél no es otra cosa que un adorno episódico. Tomasseo, en cambio, cita un pasaje de la Civitas Dei, y pudo citar otro de Clemente de Alejandría, que niega que los hombres puedan llegar a la parte inferior de la tierra; Casini y Pietrobono, después, tachan de sacrílego el viaje. En efecto, la montaña entrevista por el griego antes que lo sepultara el abismo es la santa montaña del Purgatorio, prohibida a los mortales (Purgatorio, I, 130, 132). Acertadamente observa Hugo Friedrich: «El viaje acaba en una catástrofe, que no es mero destino de hombre de mar sino la palabra de Dios» (Odysseus in der Holle, Berlin, 1942).
Ulises, al referir su empresa, la califica de insensata (folle); en el canto XXVII del Paraíso hay una referencia al «varco folle d'Ulisse», a la insensata o temeraria travesía de Ulises. El adjetivo es el aplicado por Dante, en la selva oscura, a la tremenda invitación de Virgilio («temo che la venuta non sia folle») su repetición es deliberada. Cuando Dante pisa la playa que Ulises, antes de morir, entrevió, dice que nadie ha navegado esas aguas y ha podido volver; luego refiere que Virgilio lo ciñó con un junco, com'Altrui piacque: son las mismas palabras que dijo Ulises al declarar su trágico fin. Carlo Steiner escribe: «¿No habrá pensado Dante en Ulises, que naufragó a la vista de esa playa? Claro que sí. Pero Ulises quiso alcanzarla, fiado en sus propias fuerzas, desafiando los límites decretados a lo que puede el hombre. Dante, nuevo Ulises, la pisará como un vencedor, ceñido de humildad, y no lo guiará la soberbia sino la razón, iluminada por la gracia.» Itera esa opinión August Ruegg (Jenseitsvorstellungen vor Dante, II, 114): «Dante es un aventurero que, como Ulises, pisa no pisados caminos, recorre mundos que no ha divisado hombre alguno y pretende las metas más difíciles y remotas. Pero ahí acaba el parangón. Ulises acomete a su cuenta y riesgo aventuras prohibidas; Dante se deja conducir por fuerzas más altas.»
Justifican la distinción anterior dos famosos lugares de la Comedia. Uno, aquel en que Dante se juzga indigno de visitar los tres ultramundos («io non Enea, io non Paolo sono»), y Virgilio declara la misión que le ha encomendado Beatriz; otro, aquel en que Cacciaguida (Paraíso, XVI, 100, 142) aconseja la publicación del poema. Ante esos testimonios resulta inepto equiparar la peregrinación de Dante, que lleva a la visión beatífica y al mejor libro que han escrito los hombres con la sacrílega aventura de Ulises, que desemboca en el Infierno. Esta acción parece el reverso de aquélla.
Tal argumento, sin embargo, importa un error. La acción de Ulises es indudablemente el viaje de Ulises, porque Ulises no es otra cosa que el sujeto de quien se predica esa acción, pero la acción o empresa de Dante no es el viaje de Dante, sino la ejecución de su libro. El hecho es obvio, pero se propende a olvidarlo, porque la Comedia está redactada en primera persona, y el hombre que murió ha sido oscurecido por el protagonista inmortal. Dante era teólogo; muchas veces la escritura de la Comedia le habrá parecido no menos ardua, quizá no menos arriesgada y fatal, que el último viaje de Ulises. Había osado fraguar los arcanos que la pluma del Espíritu Santo apenas indica; el propósito bien podía entrañar una culpa. Había osado equiparar a Beatriz Portinari con la Virgen y con Jesús. (Cf. Giovanni Papini, Dante vivo, III, 34). Había osado anticipar los dictámenes del inescrutable Juicio Final que los bienaventurados ignoran; había juzgado y condenado las almas de papas simoniacos y había salvado la del averroísta Siger, que enseñó el tiempo circular (cf. Maurice de Wulf, Histoire de la philosophie médiévale). ¡Qué afanes laboriosos para la gloria, que es una cosa efímera!
 «Non è il mondan romore altro ch'un fiato / di vento, ch'or vien quinci e or vien quindi, / e muta nome perché muta lato».
Verosímiles rastros de esa discordia perduran en el texto. Carlo Steiner ha reconocido uno de ellos en aquél diálogo en que Virgilio vence los temores de Dante y lo induce a emprender su inaudito viaje. Escribe Steiner: «El debate que, por una ficción ocurre con Virgilio, de veras ocurrió en la mente de Dante, cuando éste no había aún decidido la composición del poema. Le corresponde aquel otro debate del canto XVII del Paraíso, que mira a su publicación. Compuesta la obra, ¿podría publicarla y desafiar la ira de sus enemigos? En los dos casos triunfó la conciencia de su valor y del alto fin que se había propuesto (Comedia, 15). Dante, pues, habría simbolizado en tales pasajes un conflicto mental; yo sugiero que también lo simbolizó, acaso sin quererlo y sin sospecharlo, en la trágica fábula de Ulises, y que a esa carga emocional ésta debe su tremenda virtud. Dante fue Ulises y de algún modo pudo temer el castigo de Ulises.
Una observación última. Devotas del mar y de Dante, las dos literaturas de idioma inglés han recibido algún influjo del Ulises dantesco. Eliot (y antes Andrew Lang y antes Longfellow) ha insinuado que de ese arquetipo glorioso procede el admirable Ulysses de Tennyson. No se ha indicado aún, que yo sepa, una afinidad más profunda: la del Ulises infernal con otro capitán desdichado: Ahab de Moby Dick. Éste, como aquél, labra su propia perdición a fuerza de vigilias y de coraje; el argumento general es el mismo, el remate es idéntico, las últimas palabras son casi iguales. Schopenhauer ha escrito que en nuestras vidas nada es involuntario; ambas ficciones, a la luz de ese prodigioso dictamen, son el proceso de un oculto e intrincado suicidio.

POSTDATA DE 1981: Se ha dicho que el Ulises de Dante prefigura a los famosos exploradores que arribarían, siglos después, a las costas de América y de la India. Siglos antes de la escritura de la Comedia, ese tipo humano ya se había dado. Erico el Rojo descubrió la isla de Groenlandia hacia el año 985; su hijo Leif, a principios del siglo XI, desembarcó en el Canadá. Dante no pudo saber esas cosas. Lo escandinavo tiende a ser secreto, a ser como si fuera un sueño.
Jorge Luis Borges, Nueve ensayos dantescos. Alianza Editorial.

jueves, 4 de agosto de 2011

Margarite Yourcenar: "Las caridades de Alcipio".






Las caridades de Alcipio

1. Me acosté lentamente en la playa de arena
Donde el mundo se gasta con áridas dulzuras
Y a la hora asombrada en que los astros nacen
Del nácar de sus sueños sobre sus cuerpos largos,
Vi venir hacia mí mis hermanas Sirenas.

Vi venir hacia mí mis locas hermanas de la orilla
Que cantan por la noche en un lúgubre coro;
Amantes sin amor, cautivas para siempre,
Que nunca en el gemido hondo o en los senos fríos
Sintieron bramar secreto el fuego de un corazón.

Me pedían del alma ese trozo candente,
Estremecido adentro como un pequeño ser;
Esa péndola viva hecha de sombra y fuego,
Lanzadera de un telar que a cada instante
Tejiendo sangre desfallece y se acelera.

Me pedían su parte de esa entraña
Que dilata nuestros votos incumplidos,
A fin de que el ahogado, el grumete o el corsario
Encuentren bajo el agua verde y la sal que macera,
El amor y el calor de las camas profundas.

Querían ese corazón para sufrir y saber
Los cantos del dolor y sus sollozos roncos,
Y comprender por qué cuando amanece el día
Revelando el naufragio y la barca vacía,
La mujer del marino acude a la rompiente.

Cedí, temblando, al llanto de sus ojos transparentes,
A sus enamorados gritos de sombras y rumor;
Entre sus dedos lascivos y sus anillos de perlas
Vi mi corazón hundirse en la cavidad negra de las olas
y en el abismo del viento donde va lo que muere.

Lo vi descender el pozo de las tormentas,
Abrirse como un loto en las aguas tranquilas,
Bailar en las olas, rebotar en las crestas,
Y en hilos centelleantes que detiene el temblor,
Engancharse al cabello de las cañas gimiendo.

Vi su sangre tibia manchar el mar inmenso
Como un sol herido que naufraga victorioso
Dejando por detrás la nada y la demencia;
Lo vi tragado por la noche que comienza
Y luego ya no vi más lo que era mi corazón.


2. En los inquietos bosques vibrantes de batidas,
Por los jardines ebrios donde sube el jazmín,
Sellando con el dedo sus quejidos callados,
Vi venir hacia mí una legión de estatuas;
El mármol y el metal me tomaron la mano.

En los templos dorados donde sombríos ídolos
Miran con sus ojos de zafiro hacia el mar,
Un suspiro, como el escalofrío de una góndola, alargado,
Alzaba en sus senos pesadas girándulas;
Todas, con sus hermosos ojos amargos, me miraban.

En las simas de los montes, en los tajos de Carrara,
El mármol bruto bajo mi paso gritaba;
El jaspe, el ágata y los pórfidos raros
Por el salvaje escultor al taller arrastrados,
La desesperanza de no ser me decían.

Sufrían de ignorar los nombres que tenían,
De no saber qué César o qué Rey pasivamente
Serían sobre las puertas de Roma;
Qué olvidado maestro en este infierno del hombre
Como una afrenta al tiempo, en ellos, seguiría

Los dioses griegos sufrían de su belleza vacía,
Cansados del incienso invisible alrededor;
La dulce tibieza de las tardes no llenaba sus venas
y en sus lívidas frentes de apio y de verbena
Ceñía el dolor de ser sin haberlo sabido.

Los dioses me pedían mi alma inagotable
Que de ellos como una fuente refulgente manaría,
Para que el fiel en la arena arrodillado,
Viendo al fin sonreír sus máscaras secretas,
Abra los brazos, se regocije y se yerga embelesado;

Para poder de pronto escuchar a los que rezan
O burlarse en voz baja del tonto adorador,
Desplegar sobre el mundo sus ojos de diamantes,
y hastiados de la impostura y de la idolatría
Castigar al sacerdote y golpear al escultor.

Pegué entonces mi boca a sus labios severos,
Al mármol en mi abrazo ardiendo ya;
Mi alma de temores, de quebrantos, de fiebres,
En esos duros cuerpos que el orfebre pulió,
Entera y con todo su pasado se alejó.

Viudo de mi alma mi cuerpo vagaba por la extensión,
Insensible a las señales del viento melodioso;
Como una lámpara de oro en vano suspendida
Cuyo aceite, gota a gota, para siempre se virtió,
Para animar a los dioses mi alma me abandonó.

3. Iba cabizbajo bordeando el cementerio,
Merodeaban los gritos de los chacales, discordes,
Y del fondo de las tumbas y la cumbre de las cúpulas
Estirando hacia mis hombros sus manos borradas,
Los muertos me pedían entregarles mi cuerpo.

Reclamaban de mí el amalgama de átomos
Que sirve de soporte al furor del deseo;
El caballo galopando en el reino de la carne,
Montado sin cesar por jinetes fantasmas,
Que masca babeando la sal del placer caliente.

Los avaros rondando por las cisternas vacías,
Donde enmohecen todavía sus tesoros escondidos,
Deseaban mis largas manos en sus ávidas faenas:
En las pilas del oro reluciente y de la plata opaca,
Pesadas ahora para sus sueños vanos.

Reclamaban de mí a fin de beber mi boca,
Mi voz para divulgar la profecía de los muertos;
Como el héroe engañado que maldice su gloria,
Saciados de beber del copón el vino puro,
Los santos, para condenarse, necesitaban un cuerpo.

Y como en los cerdos de Asia, los demonios,
Traicioneros de una dicha que compraron muy caro,
Famélicos desmedidos e insaciables,
Desde el fondo de su sueño llorando su delirio,
Los muertos me asaltaron y habitaron mi carne.

Movieron mi cuerpo sin temor entregado,
Mordieron con mi boca anzuelos turbios,
Rodeando sus deseos anudaron mi abrazo,
Por donde yo pasaba sus huellas imprimieron
Y a camas desconocidas me arrastraron.


4. Lo que yo creí mío se disuelve y vacila,
Se desatan por dentro los nudos sin morir;
Como el canto de un violoncelo se evade
y se extiende en el aire, amortiguado, y se derrama,
Solamente me encuentro si me busco por fuera.

¡Templos griegos, callad! ¡Callad, catacumbas!
¡Que no narren las altas olas alteradas!
¡Muertos amordazados en la prisión de las tumbas
Callad completamente bajo la lluvia del llanto!
¡Dioses! ¡Guardad mi secreto al hablar con el viento!

Testigo desesperado de mis metamorfosis,
Sin poder alcanzar el ser que una vez fui,
Como se busca un perfume en el corazón de las rosas
La muerte para encontrarme excavando las cosas,
En único mendigo rechazado se convierte.

Que vaya, si es necesario, a pedirle a las Sirenas
Mi corazón voluptuoso abandonado a las olas.
Frustré la absolución y los fúnebres cantos;
Como un nardo sobre el pecho de las Reinas derramado,
Existo eternamente en lo que di.

Versión de Silvia Barón-Supervielle

domingo, 10 de julio de 2011

Himno Homérico a Afrodita



Cantaré a la de áurea corona, veneranda y hermosa Afrodita, a quien se adjudicaron las ciudadelas todas de la marítima Chipre, adonde el fuerte y húmedo soplo del Céfiro la llevó por las olas del estruendoso mar entre blanda espuma; las Horas, de vendas de oro, recibiéronla alegremente y la cubrieron con divinales vestiduras, pusieron sobre su cabeza inmortal una bella y bien trabajada corona de oro y en sus agujereados lóbulos flores de oricalco y de oro precioso, y adornaron su tierno cuello y su blanco pecho con los collares de oro con que se adornan las mismas Horas, de vendas de oro, cuando en la morada de su padre se juntan al coro encantador de las deidades. Mas, así que hubieron colocado todos estos adornos alrededor de su cuerpo, lleváronla a los inmortales: éstos, al verla, la saludaron, le tendieron las manos, y todos deseaban llevarla a su casa para que fuera su legítima esposa, admirados de la belleza de Citerea, de corona de violetas.
Salve, diosa de arqueadas cejas, dulce como la miel; concédeme que alcance la victoria en este certamen y da gracia a mi canto. Y yo me acordaré de ti y de otro canto.

jueves, 23 de junio de 2011

Proemio del poema de Parménides


Las yeguas que me arrastran me han llevado tan lejos cuanto mi ánimo podría desear, cuando, en su conducción, me llevaron al famoso camino de la diosa, que conduce al hombre vidente a través de todas las ciudades.
Por este camino era yo conducido. Pues por él me llevaban las hábiles yeguas, tirando del carro, mientras unas doncellas mostraban el camino.
Y el eje ardiendo de los cubos de las ruedas rechinaba (pues era velozmente llevado por dos ruedas bien torneadas, una a cada lado), cuando las hijas del Sol, abandonando la morada de la Noche, se apresuraron a llevarme a la luz, quitándose los velos de sus cabezas con sus manos.
Allí están las puertas de los caminos de la Noche y del Día, que sostienen arriba un dintel y abajo un umbral de piedra. Elevadas en el aire se cierran con grandes puertas. La Justicia pródiga en castigos guarda sus dobles cerrojos.
Rogándole las doncellas con suaves palabras, hábilmente las convencen de que les desate pronto de las puertas el fiador del cerrojo. Éstas al abrirse originaron una inmensa abertura, tras hacer girar alternativamente sobre sus goznes los ejes de bronce, provistos de remaches y clavos.
A su través, en derechura, las doncellas conducen el carro y las yeguas por un ancho camino. Y la diosa me recibió benévola, cogió mi mano derecha con la suya y me habló diciéndome:
«Oh joven, compañero de inmortales aurigas, que llegas a nuestra morada con las yeguas que te arrastran, salud, pues no es mal hado el que te impulsó a seguir este camino que está fuera del trillado sendero de los hombres, sino el derecho y la justicia. Es preciso que aprendas todo, tanto el imperturbable corazón de la Verdad bien redonda como las opiniones de los mortales, en las que no hay verdadera ciencia. Aprenderás, empero, también estas cosas, cómo las apariencias, pasando todas a través de todo, deben lograr la apariencia de ser.» 

[Parménides, Poema, Joaquín Llansó (ed). Madrid, Akal, 2007, págs. 9-31].

lunes, 20 de junio de 2011

Martin Buber y su concepto de arte.



Martin Buber en un magnífico ensayo hace una referencia al arte que me interesa, dice que actuar es crear, inventar es encontrar y dar forma es descubrir. Al crear descubro introduciendo la forma en el mundo del Ello. La obra producida es una cosa entre cosas, una suma de cualidades, es entonces experimentable y descriptible. Pero a quien la contempla y la crea, ella puede en algún momento reaparecérsele en su plenitud de forma corporizada:
"En la contemplación de algo interpelante se le revela al artista la forma. Él la refleja en la imagen. La imagen no habita en el mundo de los dioses, sino en el gran mundo de los seres humanos. Ciertamente está ahí, aún cuando ninguna mirada humana la visite; pero duerme. El poeta chino cuenta que los seres humanos no habían querido oír la canción que él tocaba con su flauta de jade, entonándola entonces para los dioses, los cuáles abrieron el oído, momento a partir del cual también los seres humanos quedaron a la escucha de la canción; así pues, el poeta ha ido desde los dioses hasta aquellos de quienes la imagen no puede prescindir. Tras el encuentro con el ser humano espera ansiosamente, como en un sueño, que él rompa el hechizo y abrace la forma durante un instante intemporal". 
En los tiempos actuales, dónde cualquiera puede crear formas, dónde su bombardeo es continuo, debemos de pararnos a pensar la forma que se calla, la forma que todavía no es y está dentro del artista para hacerla viva. Los que se adelanten en esa no-forma y la hagan visible en el momento oportuno tendrán que dar respuestas. Los que se anticipen, en cuanto a su concepción dentro de un tiempo común, de esa no forma que englobe toda forma realizarán el sueño dormido de todo artista. Por eso Homero supo dar forma a lo que escuchaba, pero para los dioses, no para los hombres. 
[Martin Buber, Yo y Tú, Madrid, Caparrós editores, 1993, págs. 42-43].

viernes, 10 de junio de 2011

La literatura como liberación







En las primeras décadas del siglo XIX la literatura, sobre todo la poesía, fue en su mayor parte patriótica. Los versos entusiastas del líder de la escuela jónica de poesía, Dionisios Solomós, animaron a la nación a liberarse del cautiverio turco. Su admirable Himno a la libertad (1823) se ha convertido en el himno nacional griego.
Posiblemente, el mejor poeta de la escuela jónica fue Andreas Calvos, un gran erudito clásico, autor de emocionantes poemas, escritos en una lengua original, mezcla de demótico y de arcaísmos, en cuya armoniosa textura resuenan los antiguos himnos griegos.
Cuando Grecia alcanzó la independencia en 1832, la literatura cobró un renovado vigor, expresando el espíritu de un pueblo muy cohesionado. Entre los narradores del siglo XIX más importantes destacan Emmanuel Roídis, satírico, crítico literario e importante traductor de autores ingleses y franceses, cuya primera obra fue la novela Pápisa Ioana (1865) Aléxandros Papadiamandis, novelista y autor de cuentos, trazó retratos líricos de la vida de los pueblos y escenarios isleños. Su obra carece por completo de influencias foráneas. En 1913, se publicó una recopilación de sus mejores historias, Orillas rosas. Otro autor de inspiración griega pura es el escritor jónico de cuentos Aryiris Eftaliotis. Su obra más conocida es Historias isleñas, 1897. Entre los poetas del siglo XIX del periodo posterior a la liberación destacó Aristotelis Valaoritis, famoso por el vigor de sus imágenes descriptivas en griego demótico. Otro importante autor de este periodo, el poeta simbolista Ioannes Papadiamandópulos, escribió en francés con el nombre de Jean Moréas y ejerció una influencia considerable en poetas jóvenes, como Constandinos Hadsópulos, también un gran escritor de ficción, y Miltiades Malacasis, que empezó su carrera escribiendo en francés pero pronto volvió al griego. También destaca Yeoryos Suris, un gran satírico político en la mejor tradición de Aristófanes. Suris publicó en verso un diario semanal que constituye un vivo y cáustico comentario de los asuntos públicos. Los primeros dramaturgos griegos importantes del siglo XIX, Dimetrios Vernadakis y Spiridon Vasiliadis, escribieron a la manera clásica. Ioannis Cambisis escribió en lengua vernácula dramas realistas y satíricos sobre la vida ateniense. Influenciado por el realismo ruso, el novelista y autor de teatro Spiros Melas escribió los dramas Hijo de la sombra (1907) y La casa en ruinas (1908) Las obras de Grigorios Xenópulos, especialmente Stella Violanti (1909), denotan la influencia del dramaturgo noruego Henrik Ibsen.




sábado, 30 de abril de 2011

Al examinar por primera vez la traducción de Homero, hecha por Chapman.



               Mucho he viajado por los dominios del oro,
               y muchos reinos y estados hermosos he visto;
               alrededor de muchas islas occidentales estuve
               que poetas en lealtad defienden para Apolo.

              A menudo me han hablado de un vasto espacio
              que el profundo Homero gobernó como heredad;
              pero nunca respiré su pura serenidad
              hasta que escuché a Chapman hablar recio y osado:

              entonces me sentí como un observador de los cielos
              cuando un nuevo astro deslízase en su visión;
              o como el fornido Cortés cuando con ojos aquilinos

              miró al Pacífico; y todos sus hombres
              mirándose entre sí con desenfrenada conjetura:
              en silencio, desde un cima sobre Darién.

         Soneto de John Keats, "Al examinar por primera vez la traducción de Homero, hecha por Chapman" (1816).


viernes, 22 de abril de 2011



El estudio comparativo de las mitologías del mundo nos hace ver la historia cultural de la humanidad como una unidad, pues encontramos temas que se repiten, mitos que se configuran de la misma manera como el robo del fuego, el diluvio, el mundo de los muertos, el nacimiento de madre virgen y el héroe resucitado, que se encuentran en todas las partes del mundo, apareciendo con nuevas combinaciones, permaneciendo como elementos de un caleidoscopio, sólo los mismos y siempre unos pocos. Como afirma Campbell, "Cada pueblo ha recibido su propio sello y signo de un destino particular, comunicado a sus héroes y comprobado cada día en las vidas y en las experiencias de su pueblo. Y aunque muchos de los que adoran a ciegas en los santuarios de su propia tradición, analizan y descalifican racionalmente los sacramentos de otros, una comparación honesta revela inmediatamente que todos ellos provienen de un único fondo de motivos mitológicos, seleccionados, organizados, interpretados y ritualizados de diversas formas de acuerdo a las necesidades locales, pero reverenciados por todos los pueblos de la tierra". 
Por ejemplo, muchas son las similitudes entre el Génesis y el mito de Pandora, cuentan lo mismo, la caída del hombre, siguiendo las mismas pautas. GÉNESIS: los humanos viven en el jardín del Edén, provistos de todo alimento, desconociendo del bien y del mal; TEOGONÍA: los humanos habitan una tierra que les provee de lo que necesitan, pero desconocen el motivo. Carecen de sabiduría y no son capaces de dominar la agricultura. GÉNESIS: Yaveh ha dispuesto que este sea el estado ideal para la humanidad y prohibe expresamente probar el fruto del árbol de la ciencia (sabiduría) para evitar que el hombre sea como Dios, y sus ojos sean abiertos, sabiendo del bien y del mal. TEOGONÍA: Aquí es Zeus quien dispone el mismo estadode ignorancia para el hombre, valiéndose de los demás dioses para que así sea (el monoteísmo bíblico es sustituido por el politeísmo griego). 
[Véase, J. Campbell, Las máscaras de Dios: mitología primitiva, Madrid, Alianza Editorial, 1991, págs. 19-20].

domingo, 17 de abril de 2011

Epístola



"Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo. Mas sabemos que el juicio de Dios contra quienes practican tales cosas es según verdad. ¿Y piensas ésto, oh hombre tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás al juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el el día de la ira y la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primariamente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios".
[Santa Biblia, La Epístola del Apóstol San Pablo a los Romanos, II, 1-12].

domingo, 3 de abril de 2011

Vivimos igual que soñamos: solos.



"Ya sabéis que odio, detesto y no puedo soportar la mentira, no porque sea más recto que los demás, sino simplemente porque me horroriza. Hay un toque de muerte, un sabor a mortalidad en las mentiras, que es exactamente lo que más odio y detesto del mundo, lo que deseo olvidar. Me parece sentirme desdichado y enfermo, como si hubiera mordido algo podrido. Cuestión de temperamento, supongo. Bueno, estuve a punto de mentir porque dejé que aquel joven estúpido creyera todo lo que quiso imaginar acerca de mis influencias en Europa. En un instante me convertí en un ser tan falso como el resto de los hechizados peregrinos. Y ello simplemente porque tenía la idea de que de alguna forma esto serviría de ayuda a aquel tal Kurtz, al que no vi entonces..., no sé si me entendéis. Para mí él era sólo una palabra. Yo no veía a la persona en el nombre, no más de lo que vosotros podéis verlo. ¿Lo veis? ¿Veis el relato? ¿Veis algo? Tengo la sensación de estaros contando un sueño, pero inútilmente, porque ningún relato de un sueño puede transmitir la sensación del sueño, esa mezcla de absurdo, sorpresa y aturdimiento en un temblor en rebelión agónica, esa sensación de ser capturado por lo increíble, que constituye la esencia de los sueños..."
[Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, Madrid, Cátedra, 3ª ed., 2007, pág. 169].

viernes, 1 de abril de 2011

Del Pensamiento Pre-lógico al Pensamiento Científico.


Mientras en la Ilíada se describen con precisión todo tipo de heridas y enfermedades provocadas por causas visibles y externas, en la Odisea, por el contrario, evidencia la parte misteriosa de las enfermedades humanas que carecen de causas visibles, sean estas externas o no. Esta dualidad contemplativa y explicativa de la naturaleza del hombre por parte de Homero se conoció debido a que por este tiempo la sociedad griega conoció la convivencia entre una medicina mágica y otra racional. Por otra parte, los filósofos griegos no promovieron a estas técnicas el rango de aplicaciones a la ciencia, sino que constituyeron en un sistema de aplicaciones tradicionales que no estaban sujetas ni a la reflexión crítica ni a la innovación. Estas características pueden explicar las distintas actitudes de la Ciencia Griega ante dos tipos de conocimiento no científico: el religioso y el técnico, que mientras el primero era capaz de proporcionar explicaciones a los fenómenos que el hombre admiraba, el conocimiento técnico no les parecía más que la mera explicación de los descubrimientos científicos.
Así se explica que Platón distinga entre el saber hacer, la técnica, y la ciencia que tiene sus propias exigencias de exactitud rigurosa,  sus reglas demostrativas y un lenguaje particular lo que la coloca en posición superioridad sobre la técnica. La ciencia al haber alcanzado su objeto de estudio propio, que no es otro sino la comprensión universal a través del razonamiento, se separa de la técnica que se basa en un conocimiento sensible de los fenómenos, frente al conocimiento inteligible propio del científico, y se interesa por los resultados sin prestar atención al medio por el cual se han conseguido. 
El recorrido histórico de la filosofía griega, lo que podría denominarse su prehistoria e historia, pone en evidencia que la explicación de los fenómenos no es condición sine qua non para considerarla científica, ya que los mitos hallados en las obras de Homero y Hesíodo son sin duda formas de explicación pre-lógica que abandonaron en favor de la lógica como elemento catalizador de la aprehensión de la realidad que analizaban. De otra parte, en la construcción del pensamiento científico griego la técnica se constituyó como un saber aplicado sin pretensiones explicativas, pues su propósito era adaptativo a las circunstancias y demandas prácticas de naturaleza social, política, económica y cultural. 

sábado, 26 de marzo de 2011

Onetti, demasiado humano...


Dos definiciones del hombre tiene Onetti que me conmueven, llenan mi razón de la desesperanza ineludible de lo efímero, que no es más que la comprensión de nuestro paso y renuncia en ésta vida que nos atraviesa, una lanzada desesperantemente esperanzada, u optimistamente depresiva, una mirada fugaz pero refulgente, de fuego y agua, de tierra y aire, de lodo.
"Nació aquí, en la costa, y las superficies del río, de la arena, del campo lo estuvieron aislando y lo anularon durante cincuenta años, mientras que la frecuencia de la balsa le dio, le mantiene la ilusión de participar en los hechos lejanos que él considera decisivos. No es una persona; es, como todos los habitantes de esta franja del río, una determinada intensidad de existencia que ocupa, se envasa en la forma de su particular manía, su particular idiotez. Porque sólo nos diferenciamos por el tipo de autonegación que hemos elegido o nos fue impuesto".
"Trataba de sentir el parentesco humano que lo unía a M. Girord y sólo sentía que eran seres distintos, sin más semajanza que las funciones de la vida animal. Usaban palabras iguales; pero jamás podría hacerle entender nada de sus sueños, de sus oídos, de sus ganas brutales de llegar a ser él mismo por completo, de lograr a puñetazos la brecha por la cual le sería dado expresarse totalmente. Las palabras ardientes que él pudiera elegir, se asfixiarían en la atmósfera de aquel cerebro, estéril y venenosa como la de un planeta muerto. Pensó que miles de M. Girord lo rodeaban diariamente en la oficina, en las playas, en las calles, en los tranvías. Y no era necesario que fueran viejos; todos ellos habían nacido con la imaginación cansada, infinitamente mediocres, ridículos y brutales. Miles de M. Girord hacían los diarios, dictaban leyes, repartían el bien y el mal. El mundo estaba dirigido por ellos. Crueles y cobardes, temerosos ante todo lo que significaba audacia y originalidad".
[Juan Carlos Onetti, Juntacadáveres; Tiempo de abrazar].

viernes, 25 de marzo de 2011

EL MUNDO PARA HERÁCLITO


Oswald Spengler dedicó su tesis doctoral a Heráclito, y opina del filósofo:
"El mundo de los conceptos de Heráclito, considerado en su conjunto, aparece como un poema de gran envergadura, una tragedia del cosmos, con un origen similar al de las tragedias de Esquilo en su vigorosa nobleza. Entre los filósofos griegos, quizás con la excepción de Platón, es el poeta más significativo. El concepto de una lucha que dura desde la eternidad y que no terminará nunca, que forma el contenido de la vida en el cosmos, en que reina una ley imperativa, manteniendo una igualdad armónica, es una alta creación del arte griego, al que este pensador estaba mucho más cerca que a la verdadera indagación de la naturaleza. Un último pensamiento, en que abarca con la vista el mundo, alegrándose de la visión de los despreocupados, inocentes, felices, ha quedado conservado: el tiempo es un niño que se divierte, que juega con los dados: de un niño es el reino".
Nota: el cuadro de Heráclito pertenece a Rubens.
[Oswald Spengler, Heráclito, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1947, pág. 156].

domingo, 20 de marzo de 2011

NIETZSCHE Y HOMERO


"Bailar en cadenas. En todo artista, poeta y escritor griego hay que preguntar: ¿cuál es la nueva coerción a que se somete y que hace atractiva a sus contemporáneos (de modo que encuentre imitadores)? Pues lo que se llama invención (en métrica, por ejemplo), es siempre un tal grillete que se impone uno a sí mismo. Bailar en cadenas, hacérselo difícil y luego extender sobre ello el engaño de la facilidad -ésa es la pieza artística que nos quiere mostrar-. Ya en Homero se observa una abundancia de fórmulas heredadas y leyes narrativas épicas, dentro de las cuales debía él danzar: y él mismo creó nuevas convenciones para la posteridad. Ésa era la escuela de educación de los poetas griegos: ante todo, pues, dejarse imponer una coerción múltiple por parte de los poetas anteriores: luego, añadir la invención de una nueva coerción, imponérsela y vencerla graciosamente: de tal modo que se observaran y se admiraran la coerción y la victoria". 
[Véase, Friedrich Nietzsche, Humano demasiado humano, Madrid, Akal, 3º ed., 2007, 2 Vols, Vol. II, Fragmentos Póstumos (1878-1879); José María Valverde, Nietzsche, de filólogo a Anticristo, Barcelona, Planeta, 1993, pág. 77; Fernando Savater, Idea de Nietzsche, Barcelona, Ariel,. 1995].

sábado, 19 de marzo de 2011

Heráclito: "Panta rei"



  LOS HOMBRES SE ENGAÑAN EN CUANTO AL CONOCIMIENTO [del mundo visible], COMO HOMERO, QUIEN FUE EL MÁS SABIO DE LOS GRIEGOS PERO QUE SE DEJÓ ENGAÑAR POR UNOS NIÑOS QUE MATABAN PULGAS Y LE DIJERON: LO QUE ENCONTRAMOS Y TOMAMOS NO LO TENEMOS, LO QUE NO ENCONTRAMOS NI TOMAMOS LO TENEMOS.

jueves, 17 de marzo de 2011

domingo, 27 de febrero de 2011

Mito de Prometeo y Pandora de Hesíodo


"Los dioses tienen oculto el sustento de los hombres; pues de otro modo fácilmente podrías trabajar en un sólo día, de manera que tuvieras para un año, aún sin hacer nada. Al instante podrías poner el timón sobre el humo del hogar y se habría terminado la labor de los bueyes y de los pacientes mulos.
Pero Zeus lo escondió, irritado en su corazón, porque le engañó Prometeo de mente tortuosa. Por ello, preparó tristes preocupaciones para los hombres y les ocultó el fuego. Pero, a su vez, el noble hijo de Jápeto lo robó para los hombres al providente Zeus escondiéndolo en el hueco de una cañaheja sin que lo advirtiera Zeus que se complace con el rayo. Y lleno de cólera, Zeus que amontona las nubes le dijo:
¡Hijo de Jápeto, que sobre todos destacas en conocer astucias!, te engañas de haberme robado el fuego y de haber engañado mi ánimo, gran calamidad para ti mismo y para los hombres futuros. Yo, a cambio del fuego, les daré un mal con que todos se alegren en su corazón complaciéndose en su propia desgracia.
Así dijo y se echó a reir el padre de hombres y dioses y ordenó al muy ilustre Hefesto que inmediatamente mezclara tierra con agua, que le infundiera voz humana y fuerza y formara una hermosa y encantadora figura de doncella que igualara en el rostro a las diosas inmortales. Luego ordenó que Atenea le enseñara sus labores, a tejer la tela de fino trabajo. A la dorada Afrodita le mandó que vertiera sobre su cabeza la gracia, un irresistible deseo y cautivadores encantos; y a Hermes, el mensajero Argifonte, le encargó que pusiera en ella un espíritu cínico y un carácter voluble. 
Así dijo y ellos obedecieron al soberano Zeus Crónida. Inmediatamente el ilustre Patizambo modeló de la tierra una imagen parecida a una casta doncella, por voluntad del Crónida. La diosa Atenea de ojos de lechuza ciñó a su cintura y la atavió. Alrededor de su cuello las divinas Gracias y la augusta Persuasión le colocaron collares de oro; las Horas de hermosos cabellos la coronaron con flores de primavera. Palas Atenea ajustó a su cuerpo toda clase de ornatos. Luego, el mensajero Argifonte creó en su pecho mentiras, palabras aduladoras y un carácter voluble, por voluntad de Zeus que resuena gravemente. Le infundió el habla el Heraldo de los dioses y dio a esta mujer el nombre de Pandora porque todos los que poseen moradas olímpicas le concedieron un regalo, desgracia para los hombres que se alimentan de pan. 
Luego que cumplió su duro e irremediable engaño, el padre envió hacia Epimeteo al ilustre Argifonte con el regalo de los dioses, rápido mensajero.
Y no pensó Epimeteo que Prometeo le había dicho que no aceptara nunca un regalo de Zeus Olímpico, sino que lo devolviera de nuevo para evitar que pudiera ser perjudicial para los mortales. Pero él lo recobió y sólo cuando tenía el mal, se percató.
Pues antes, las tribus de hombres vivían sobre la tierra sin penas y libres del duro trabajo y de las penosas enfermedades que ocasionan la muerte a los hombres. (Pues los hombres pronto envejecen en la miseria). Pero aquella mujer, al quitar con sus manos la gran tapa de la tinaja los dispersó y preparó para los hombres tristes calamidades. Únicamente quedó dentro la Esperanza entre sus indestructibles paredes bajo los bordes de la tinaja, y no salió volando hacia la puerta, pues antes Pandora le puso la tapa de la tinaja, por voluntad de Zeus portador de la égida y amontonador de nubes.
Y ahora, innumerables penas revolotean entre los hombres. La tierra está llena de males y lleno el mar. Unas enfermedades de día y otras de noche van y vienen a su antojo llevando dolores a los mortales en silencio, porque el prudente Zeus les privó de la voz. Así no hay ningún medio de escapar a los designios de Zeus". 
[Hesíodo, Poemas Heiódicos, María Antonia Corbera Lloveras (ed.), Madrid, Akal, 1990, págs. 89-91].

domingo, 2 de enero de 2011

Cervantes, sobre la verosimilitud de la historia y la novela...



"- A lo que yo imagino -dijo don Quijote-, no hay historia humana en el mundo que no tenga sus altibajos, especialmente las que tratan de caballerías, las cuales nunca pueden estar llenas de prósperos sucesos.
-Con todo esto -respondió el bachiller-, dicen algunos que han leído la historia que se holgaran se les hubiera olvidado a los autores della algunos de los infinitos palos que en diferentes encuentros dieron al señor don Quijote.
- Ahí entra la verdad de la historia -dijo Sancho.
- También pudieran callarlos por equidad -dijo don Quijote -, pues las acciones que ni mudan ni alteran la verdad de la historia no hay para qué escribirlas, si han de redundar en menosprecio del señor de la historia. A fe que no fue tan piadoso Eneas como Virgilio le pinta, ni tan prudente Ulises como le describe Homero.
- Así es -replicó Sansón-, pero uno es escribir como poeta, y otro como historiador las ha de escribir, no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna".
[Véase, Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, Madrid, Edición del Instituto Cervantes 1605-2005, págs. 707-708].