viernes, 19 de julio de 2013

ALBERT CAMUS Y EL MUNDO GRIEGO



"Nosotros hemos exiliado la belleza; los griegos tomaron las armas por ella. Primera diferencia, pero que viene de lejos. El pensamiento griego se ha atrincherado siempre en la idea de límite. No ha llevado nada hasta el final—ni los sagrado ni la razón—, porque no ha negado nada: ni lo sagrado, ni la razón. Lo ha repartido todo, equilibrando la sombra con la luz. Por el contrario, nuestra Europa, lanzada a la conquista de la totalidad, es hija de la desmesura. Niega la belleza, del mismo modo que niega todo lo que no exalta.Y, aunque de diferentes maneras, no exalta más que una sola cosa: el futuro imperio de la razón. En su locura, hace retroceder los límites eternos y, enseguida, oscuras Erinias se abaten sobre ella y la desgarran. Diosa de la mesura, no de la venganza, Nemesisvigila. Todos cuantos traspasan el límite reciben su despiadado castigo. 
Los griegos, que se interrogaron durante siglos acerca de lo justo, no podrían entender nada de nuestra idea de la justicia. Para ellos, la equidad suponía un límite, mientras que todo nuestro continente se convulsiona en busca de una justicia que pretende total.Ya en la aurora del pensamiento griego, Heráclito imaginaba que la justicia pone límites al propio universo físico.«El sol no rebasará sus límites; y si lo hace, las Erinias, defensoras de la justicia, darán con él». Nosotros, que hemos desorbitado el universo y el espíritu, nos reímos de esa amenaza. Encendemos en un cielo ebrio los soles que queremos. Pero eso no impide que los límites existan y que nosotros lo sepamos. En nuestros más locos extravíos, soñamos con un equilibrio que hemos dejado atrás y que ingenuamente creemos que volveremos a encontrar al final de nuestros errores. Presunción infantil y que justifica que pueblos niños, herederos de nuestras locuras, conduzcan hoy en día nuestra historia. 
Un fragmento, también atribuido a Heráclito, enuncia simplemente: «Presunción, regresión del progreso».
Y muchos siglos después del efesio, Sócrates, ante la amenaza de una condena a muerte, no reconocía más superioridad que ésta: lo que ignoraba, no creía saberlo. La vida y el pensamiento más ejemplares de estos siglos concluyen con una orgullosa confesión de ignorancia. Olvidando eso, hemos olvidado nuestra nobleza. Hemos preferido el poderío que remeda la grandeza: primero, Alejandro, y después los conquistadores romanos que nuestros autores de manuales, por una incomparable bajeza de alma, nos enseñan a admirar. También nosotros hemos conquistado, desplazado los límites, dominado el cielo y la tierra. Nuestra razón se ha vaciado.Y, al fin solos, concluimos nuestro imperio en un desierto. ¿Cómo poder imaginarnos, pues, ese equilibrio superior en el que la naturaleza mantenía la historia, la belleza, el bien, y que llevaba la música de los números hasta la tragedia de la sangre? Nosotros volvemos la espalda a la naturaleza, nos avergonzamos de la belleza. Nuestras miserables tragedias arrastran un olor de oficina y la sangre que derraman tiene color de tinta".

[Albert Camus, Obras, 3. El hombre rebelde, Crónicas 1948-1933, Reflexiones sobre la guillotina, El verano. José María Guelbenzu (ed)., Madrid, Alianza Editorial, 1996, págs. 573-575]